Saliendo de la casa se percato que no llevaba su reloj, pero no le dio importancia, siguiendo el trayecto a su trabajo. El camino le recordaba aquel sueño repetitivo desde hacia una década en el que había visto el accidente y muerte de una pequeña. Sacudió su cabeza como pretendiendo retirar de su cabeza aquel pensamiento que le turbaba, sin razón. Vuelto en si, saco las llaves y encendió el vehículo. Ya arriba se da cuenta que los vidrios, en el estado en que estaban, empañados con la niebla reinante, le impedirían ver adecuadamente el camino, pero no tenia nada a mano, salvo su pañuelo fino, que hasta sus iniciales tenía. Limpió el parabrisas e inicio el trayecto a casa, lanzando el pañuelo que muy maltrecho de agua y lodo había quedado tras haber cumplido su cometido. Pero aquel pensamiento seguía allí, no se iba. Detuvo el vehiculo a una orilla del camino, se bajo, y apoyando su espalda al costado de aquel, comenzó a deleitar su visión mirando las estrellas, lo único que le podía dar tranquilidad en esos instantes y su imaginación voló… escuchaba arpas y voces angelicales al compás, en sensación de profundidad y el sabor fresco de la madrugada. Suena de pronto su teléfono y la noticia dada lo destruyo: su madre moría y debía estar a su lado, como fuese. Arranco el vehiculo y salió disparando como un demonio. El camino se hacia difícil, cuando el control perdió y la oscuridad vino a sus ojos. Unos pocos destellos como relámpagos veía, a lo lejos, en medio de la abovedada penumbra. Pensó de pronto en su madre, y una pena le invadió y sus ojos se hicieron un mar. Sentía en leve olor familiar pero no lograba fijar la vista convertida ya en un calidoscopio, ciego e inundado de soledad. Sintió una pequeña mano que le tranquilizaba y le recorría el rostro secando su tristeza… era la de una pequeña, quien le enjuagaba el tormento y le hablaba apaciblemente, logrando calmarlo. “Te dejare hasta donde debo, yo me quedo, para ayudar al errante”. Tomo su mano y le encamino hacia el fondo de aquel lugar, ya sin tiempo ni preocupación. Y allí le hablo la voz del origen, que lo elevo y hablo a su saber, y ya nada quedo sin respuesta. En sus ojos, la paz y el calor de su madre lo cobijo para siempre.
Afuera, la luz ovalada circunvalaba y los hombres de autoridad con gorra negra y los de blanco con cruces rojas dominaban el sitio, tratando de sacar el cuerpo que el alma había abandonado, desde el desecho carro. En su faz, la tranquilidad y en su mano, el pañuelo bordado por su madre.